Querido diario.
Hoy he tenido un día perfecto. Espero poder escribirlo todo porque solo te quedan escasas dos páginas para tener que comprarte otro volumen.
Ha sido perfecto a excepción de un par de detalles sin importancia. Si te parece te relato como ha sido y luego te comento el por qué fue perfecto.
Séneca hacía que sus sirvientes le despertaran periódicamente para tener el placer de volverse a dormir. Hoy me desperté de noche y como no era la hora me dije “ahhh que placer, todavía me queda tiempo”, toda una delicia si no fuera porque el despertador sonó un minuto después.
No sé como fue a parar la otra zapatilla al rincón más profundo de debajo de la cama pero cuando me agaché y me arrastré para buscarla me dio un pequeño tirón en la espalda.
Afortunadamente el cabreo que tenía por aquel despertar-dormir-despertar tan repentino y por el “affaire zapatilla” se me pasó cuando la bombona de butano se me acabó en plena ducha. Deberían hacer los champús y los geles más espesos para que no derramaran tanta cantidad al inclinar el bote, porque me costó mucho aclarar mi cuerpo y mi cabeza bajo ese torrente gélido. Pero bueno, dicen que no hay cosa que te despeje más que una buena ducha fría. No estoy acostumbrado, pero pudo ser ese el primer síntoma de mi día perfecto, aunque me pasara toda la jornada estornudando y moqueando.
El resto de la familia no se había despertado, así que la perspectiva de desayunar tranquilamente era tentadora. Sigilosamente me dirigí a mi habitación y empecé a rebuscar en el armario lo que me iba a poner. Anoche pensé ponerme el pantalón vaquero blanco que compre en las últimas rebajas de Zara pero no lo encontré. Tampoco encontré unas cuantas cosas, pero, es curioso, siempre hay más ropa en el tendedero y en el canasto de la ropa sucia que en el armario. Por suerte es así, porque si no no cabrían en el armario y además siempre me faltan perchas y los cajones están a reventar.
Finalmente me puse lo que pillé, empezando por unos calzoncillos cuyos elásticos de la entrepierna estaban rotos y eso hizo que todo el día tuviera que recolocarme los huevos que se salían para tomar el fresco. Y finalizando con unos calcetines de distinto color y uno de ellos con un agujero (se ve que mi dedo gordo izquierdo se quería ir a pasear con alguno de mis testículos). Menos mal que no los tiré, si no, ¿qué me pondría?…. otro síntoma de que el día sería perfecto. Lo malo es que debí aprovechar cuando me agaché a por la zapatilla para coger también mi zapato izquierdo porque me resentí de la espalda.
Bueno, ya estaba vestido y fui a prepararme el desayuno. Puse la taza de agua en el microondas y un minuto y medio después tenía mi café humeante y soltando su aroma en la mesita del salón. Apenas le di un sorbo y ya tenia al lado a mis hijos, que esperaban hambrientos su desayuno, así que dejé mi café y fui a preparárselo. Tardé un poco más de lo normal, porque tuve que limpiar el chorro de leche que salió del tetrabrik al intentar abrirlo por la lengüeta perforada. No se quien inventó ese abrefácil pero debería venir acompañado de una mirilla para apuntar al vaso porque volví a derramar leche. Seguro que él compra leche en botella.
Ya estaban los niños desayunando y ahora me tocaba a mí. El primer sorbo estaba asqueroso porque se me había enfriado, así que lo recalenté en el microondas. Me pasé de tiempo y al darle otro sorbo me quemé la lengua.
Mi mujer, como cada día, sale con los niños una hora antes que yo al trabajo, así que aproveché, como siempre a hacer las camas y a adecentar la casa antes de marcharme.
Si alguna vez tengo que comprar una cama para el niño, tengo que acordarme de elegir un modelo que no tenga el colchón metido en una caja, porque al remeter las sábanas me raspé los nudillos de ambas manos. Se ve que este otro inventor de camas no las hace. Con la cama de la niña no tengo ese problema, solo que me resentí de nuevo de la espalda al recoger del suelo los 27 peluches que adornan su colcha.
Por último me dirigí a la cocina para meter los vasos y platos en el lavavajillas. Es curioso lo grande que es la pila de la cocina, lo pequeña que es una cucharilla y lo lejos que llega la salpicadura cuando el chorro del grifo incide directamente sobre el centro de la cucharilla. Me puso perdida de agua la camisa. Extraña atracción la de las cucharas con el chorro del grifo. Como era agua no me cambié, la camisa se secaría de aquí a que llegara al trabajo.
Terminé, me lavé los dientes y salí al trabajo. Afortunadamente en los ascensores ponen espejos para que te veas antes de salir al ruedo. Tuve que volver a subir a casa pues me descubrí, de nuevo en la camisa, un reguerito blanco. Era pasta de dientes. Le di con un trapito húmedo… y… ¡hala! a la calle otra vez que iba a llegar tarde.
Hizo una mañana preciosa, luminosa y despejada. Por fortuna no me puse los pantalones blancos de Zara, porque se hubiera notado mucho el churretón de agua sucia que saltó cuando pisé esa loseta suelta que había en la acera y que escondía bajo ella el líquido traicionero. Pero me lo tomé como el que pisa una caquita… me daría suerte y el día sería perfecto.
Ya en el trabajo, con mi camisa todavía mojada y el churretón en el pantalón, por fin iba a estrenar el nuevo escritorio que me compró el jefe. Antes tenía una mesa de un metro cuadrado cubierta de papeles agobiantes. Y ahora disfrutaría de 3 magníficos metros cuadrados… que en 5 minutos se cubrieron totalmente de más papeles. Pero bueno, me puse a archivar. Ahora lo que no me hace falta está archivado y sé donde está, y lo que no archivé, o sea lo importante, no lo encuentro. Buscando buscando encontré todo tipo de documentos perdidos menos el que buscaba. Así, empleando esa táctica, me puse a buscar cualquier otra cosa pero tampoco lo encontré.
Cómo me quieren en el trabajo. Siempre me esperan para solucionar los problemas. Cuando llego yo, la fotocopiadora se queda sin papel, el escaner se atasca, la grapadora no tiene grapas, el tubo fluorescente parpadea, la cisterna del wc pierde agua, o el ordenador de la secretaría se ha estropeado. Por cierto, cada vez que lo desmonto me sobra alguna pieza. Con suerte lo desmonto veinte veces más y me puedo conseguir otro ordenador.
Yo soy un trabajador competente, no me ausento nunca. Solo para hacer pipí. Me cachondeo con mis compis porque siempre les digo que meo con “manos libres” (como tengo la circuncisión no necesito cogérmela). Esa mañana, cuando salí del wc tenía la camisa mojada, el churretón en el pantalón y una manchita de humedad delatadora a la altura de la cremallera. Mucho manos libres pero no me la escurrí bien.
Para una vez que me tomo un descansito, mi jefe me pilló leyendo el www.elmundo.es , y haciendo una llamada personal desde el móvil de la empresa. Pero la jornada por lo demás resultó tranquila. Tengo que plantearme decirle a mi jefe lo de venir a trabajar solo de 13:30 a 14:30. Al fin y al cabo todo lo importante y urgente sucede durante la última hora.
Ya a la hora del almuerzo, al llegar el primero, preparé la comida. Cosa fácil. Freidora, microondas y algunas latas. Ahora solo faltaba recordar el qué. Recuerdo que no lo apunté porque si tengo bloc de notas no tengo bolígrafo, si tengo bolígrafo no tengo papel y si tengo las dos cosas no hay nada que apuntar. Salí del paso con unas patatas fritas, unos huevos y unas latas de sardinas. Tengo que comprar un abrelatas, porque me puse perdido de aceite al abrirla con un tenedor. El que inventó la anilla de la tapa de la lata debe ser el mismo que el que inventó el abrefácil del tetrabrik. El caso es que lo pase mal intentando desatascarla de mi maltrecho nudillo.
Almorzamos en el salón mientras veíamos el telediario de antena 3. Nada interesante en el sumario salvo un novedoso invento y la noticia sobre la victoria del atleti. Dicen que cuando mi amo come ni ve ni oye. Pero justo en esas noticias mi mujer me comentó algo de su trabajo. Y claro… mientras le miraba a los ojos asintiendo, trataba de fijar mis oídos en el telediario. Al final no me enteré de ninguna de las dos cosas.
Cafelito, sobremesa, y vuelta a la carga. Había que tender una lavadora. Mi mujer dijo “yo la tiendo” a lo que respóndí “no cariño, yo la tiendo”, y así sucesivamente en una batalla solidaria de “yo” y “que no, que yo”, “que yo”. Batalla que extrañamente siempre gano yo (como la de planchar). Así que me fui a sacar la ropa y a tenderla. Fue cuando descubrí que allí estaban mis calcetines, mis slips, y el pantalón blanco de Zara que ahora era rosa. Me encanta tender la ropa cuando se trata de sabanas y toallas, porque abultan mucho y se tiende rápido. Pero esta vez eran cientos de prenditas. También descubrí que por muchas pinzas que se compren, siempre faltan.
Antes de merendar baje al Mercadona para comprar un par de cosillas, aunque luego me arrepentí de no llevarme el carrito de la compra pues se me quedaron los dedos marcados con las asas de las pesadas bolsas. Pero no hacía más que pensar en el trozo de tarta de chocolate que quedaba en la nevera y que iba a ser mi deliciosa y merecida merienda (saltándome mi régimen por una vez). Cuando subí estaba mi suegra y, por consiguiente, la tarta no.
Y aquí estoy, querido diario, escribiéndote estas líneas, antes de cenar. Como estoy a régimen no hay nada en la nevera, así que ya veré.
Alguien me dijo que dijo Lennon “la vida es lo que te va sucediendo, mientras tú te empeñas en hacer otros planes” pero existen pocos días así, que te lo pongan todo fácil para que sea perfecto. Me gusta más la frase “la vida es como una caja de bombones… nunca se sabe cual te va a tocar”. Afortunadamente me queda espacio suficiente para contarte el bombón que verdaderamente ha hecho de este día un día perfecto. Resulta que… ¡ay! Me parece que tendrá que ser en otro momento porque parece que mi bolígrafo se está quedando sin tin
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